Viene de familia

Me paso la yema por los vellos del brazo opuesto y lo máximo que consigo es un cosquilleo. Está bien, hay que reconocer que una está cansada y como encerrada en un laberinto. Es la única forma de salir. Pero de nuevo me estoy poniendo muy intelectual. Y eso espanta a los chicos. Pero, vos, ¿qué pensás? Digo, si tuvieras la chance de darle forma a un cuerpo también.

De algo estoy muy segura y es que, siempre que estuve a punto de conseguirlo —¡y hoy tal vez finalmente se nos dé!—, previamente tuvo que darse una serie de coincidencias muy interesantes. Por ejemplo, el tipo de piel. Eso, en primer lugar. Otra piel es otra piel, sin duda. Pero yo busco algo más. Mucho más. La religión, la clase social, el bagaje cultural entre comillas, si se quiere, vienen después. No me parecen tan importantes, por más que muchos digan, Mirala a la Shelley qué poeta, qué intelectual. No, Shelley no. Wollstonecraft. Mary Wollstonecraft. ¿Qué vendría a ser? ¿“La Artesana del Muro de Piedras”, en español? Como Lovecraft: “Artesano de amor”. Y bueno, qué. No es que no me interese, sino que… Qué raro, nunca me había puesto a pensar en la importancia de la conformación ósea. En los huesos, dicho llanamente. Ahora que lo pienso, es fundamental. Cómo pude haber estado tan ciega. Es la estructura, el andamiaje. No debo prescindir de un fémur, por ejemplo, de un buen fémur. No todo es carne, ves.

La personalidad, sí. Pero qué hago sólo con ella. Palabras, palabras, palabras. Además, a la personalidad se llega a través de la apariencia, ¿no?, mal que le pese a esta admiradora de las mentes varoniles, la mayoría de las veces tan huecas.

El trabajo para seleccionarlos debe ser muy pero muy cuidadoso. Muchas veces, mirá vos qué cosa, es la camisa de estilo leñador lo que hace que el estómago me cosquillee. Fantasías desfilan por mi mente, como si fuera la Pizarnik. No es algo que se da así como así. Hay procesos, lenguaje, transmutación. ¿Barba candado? Podría ser, pero no, definitivamente no, mejor prescindir del vello facial, en cualquiera de sus formas. No suma. Muy de los 2000, además. Tampoco da que sea todo lampiño, como un alienígena. Nota mental: Tengo que ver cómo lo resuelvo eso. Camisa de leñador, entonces. Camisa de leñador tiene un muy alto índice de probabilidad: setenta y tres o setenta y cuatro por ciento. Pienso en ello cada vez que cierro los ojos y me pongo a establecer medidas. La vestimenta es lo último, último, ultimísimo, de todo. Pero me da ánimos. Digo, saber cómo te vas a vestir para la cita conmigo.

Más de una vez imaginé que las cosas mejorarían si me dispusiera a completar una planilla. Y verificar los datos juntos, uno por uno, con vos. ¿Te imaginás, los dos, planificándolo todo? Quizás la clave esté ahí, en dialogar. Sólo hace falta ponerse en movimiento. Ponerse los pantalones. No creo que sean fabulaciones de veinteañera, como decía mamá, rest in piece. Nada de qué preocuparse. Si, desplegué un juego de palabras como quien no quiere la cosa, así soy yo: paz, pieza, habitación. Ya se le pasará, es una etapa, decía mamá peinándose el cabello… ¿Rubios? Tal vez. Pero esto no tiene que ver con una cuestión racial, como si, digamos, me dispusiera a perseguir arios en la Patagonia o en cualquier otro lugar del mundo. Lo de rubio o no rubio es sólo un índice, entendés. Pero para qué te lo voy a explicar a vos. Ser o no ser rubio sólo es relevante en tanto y en cuanto… La piel, siempre la piel. ¿No decía eso siempre mamá? Debe ser suave y flexible. Sobre todo, flexible. Y porosa. La piel, a fin de cuentas, debe tener esa cualidad como blanda y elástica, más bien, de modo que una cuchilla entre y salga sin esfuerzo alguno, como a través del agua. Pero no, no, no. No es eso. No, no, no. Todo lo contrario. Lo que yo quiero es dar vida, entendés. Mi muchachita, tan bondadosa y sensible, dueña de una belleza tan pero tan fina y delicada, decía, mamá. Tal vez nos salga algo desviada a fin de cuentas, decía. Una belleza delicada: siempre estuve muy lejos de ser como esas típicas instructoras de gimnasia que ves por ahí, no me digas que no, a todos les gustan: culito firme, buenas gomas, piel y cabellos dorados. En las antípodas, como quien dice. Te habrás dado cuento. ¿Cuento o cuenta? No, no. No me da asco, no es eso. Debe oler muy bien un cuerpo así. Además, es imposible sentirte linda los siete días de la semana. Es como una torta, que si se la rellena con demasiada mermelada puede explotar. No es una imagen muy intelectual, debería borrarla. No importa: tengan el cuerpo que tengan, hagan lo que quieran. Es más, se podría decir que casi nunca se siente una bella, no importa qué tan linda seas.

No pretendo que las cosas sean muy distintas. Diría que es una suerte no estar dotada de lo que algunos consideran una belleza normal: hegemónica. Creo ser linda en otro sentido, o eso decía mamá. Y no sólo linda. Atractiva, que es otra cosa. Deseada, eso. Sí. Altamente deseada, mi muchachita, decía mamá, y me pellizcaba el mentón. La abuela también. Lo importante para mí y para la abuela es que seas feliz. Los hombres les estrujarían el pescuezo a sus otras madres por una noche con mi muchachita. ¿Una noche? ¡Aj! No, no. No siento ningún placer al enunciar todas esas cosas. Estoy abúlica, creo. A veces me siento así. ¡Pero no, ya sé lo que es! No te das cuenta de que no me gusta hacer sufrir a los demás, eso es, ya lo he dicho de mil formas distintas. Aun así… Muchas veces me quedo en el cuarto de la abuela pensando en qué es lo que hace de mí un objeto tan pero tan. Un objeto… Puedo decir eso de mí misma, ¿no? No, ya sé que vos no me ves así. Pero los demás… es todo lo que ven. ¿O no? Detestaría hacer cualquier tipo de manifiesto ni nada por el estilo. Soy algo indócil en ese sentido, voy a… a contracorriente. ¡Ay! ¿Vos también? Creo que los dos somos muy parecidos entonces y tenemos un sentido del humor muy particular. Eso es lo que creo. Más de uno se ha sentido rechazado con este sentido del humor tan pero tan oscuramente ácido. Pido disculpas, si es así.

Ahora que estás conmigo, no tengo la necesidad de ser tan… tan… pedigüeña, tan mojigata, como siempre lo soy. Mis palabras se deslizan como sobre aceite o se pegan como con grasa y enseguida siento como una melancolía alrededor de la cabeza, pero afuera, entendés. Pará un momento. ¿Viste eso? Ahora, justo ahora, acabo de sonreír, ¿no viste? Vos lo ves todo… ¿Sabés qué es lo que me haría sonreír? Que vos podrías ser él, digo, uno de mis pretendientes. Y yo no tendría que hacer todo lo que mamá y la abuela. Lo pienso y se me pone la piel de gallina. Mirá: Hemos estado hablando desde hace algunas semanas. Compartimos el mismo sentido del humor. Nos decimos, por ejemplo, jajaja te voy a cortar los miembros en pedacitos y a comérmelos jajaja. Los dientes y los ojos nos centellean. La sangre se nos sube a la cabeza y nos tiñe las pupilas. El corazón nos da vuelcos dentro de la caja torácica. ¿Mariposas en el estómago, decís?

Mi enamorado, cómo estás sudando, y yo te froto la frente, por debajo de la corona de metal. Buscás una respuesta. ¿Por qué me invitaste a salir y después aceptaste pasar a tomar algo más? Hoy nos vimos por primera vez y en persona. No es tu desesperación lo que me hace frotar las manos. Y no, no es eso lo que hace que me levante y te deje en espera. Detesto hacer esperar. Pero es algo breve, sólo debo confirmar una cosa. Dale, tonto. Me vas a esperar, ¿no? No te vas a ir, ¿no? Es que debo chequear mi pequeño proyectito. Te lo cuento porque vos también sos parte. Por ahora lo ubiqué en el placard de la antigua habitación de la abuela. Si empezás a crecer, deberé cambiarte de lugar. Tontolón. Así que nada de andar por ahí, haciéndonos los loquitos. Algunos dirán que es una especie de altar. ¿Vos qué pensás? ¿Eh? ¡Lo siento! ¡No te oigo desde acá! Yo creo que no están muy equivocados ellos. Porque ante un altar, se ruega por la vida de las personas. Acá, lo que hacemos es manifestar, quiero crear vida, hacer realidad los sueños. ¿Te parece mal? Mirá, ahora cuando vayamos para allá, vas a ver como unas sombras. Pero yo diría que contienen luz. La mayoría de estos paquetes de luz están envueltos en medias que pertenecían a la abuela y después a mamá y finalmente a mí. Y, antes, quién sabe. Son algo pesados, algunos más que otros. Vos, que estás panzoncito, me entendés. Yo digo que es como ir a la carnicería. Porque es lo mismo. Y, mirá, también tengo estas cajitas forradas de felpa o terciopelo, que bien pueden contener dientes o mechones de pelo de mis varoncitos. A la abuela le encantan, a mamá no tanto. Es un signo de que las generaciones tienen sus diferencias. Quizás, haya que darle tiempo, decía mamá. Siempre que pienso en vos, me quedo sin palabras. No sé cómo podría explicarte todo esto. Ni agradecértelo. Quizás, en un futuro, ni siquiera tenga que darte explicaciones. Serás como mi osito de peluche, en vez de relleno de guata y forro de felpa, bueno, sangre, carne y otras cosas más. Con forma de persona, eso sí, y el alma de un hombre, de un varón. De una persona hecha y derecha. ¿Entendés? Hoy, por primera vez me siento distinta. Creo que mamá estaría contenta. ¡Y la abuela!

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