Marina ya no es la de antes

…de su base de mármol cada uno
dio un paso y entró en la luz
y mi trabajo es en vano.
Hilda Doolittle, Pigmalión
…sólo eran falsas las circunstancias,
la hora y uno o dos nombres propios.
Borges, Emma Zunz

Marina, ¿por qué cuento esta historia como si fuera tuya nada más? ¿Como si no la hubiera vivido yo también, a la par que fue impresa, letra a letra, sobre el papel? Sé que nadie me lo pidió, Marina, mucho menos vos, pero tu historia merece ser contada.

Alguien te había dañado y creíste que por eso ibas a quedarte sola por el resto de tu vida. Todas tus amigas se habían casado y tenían hijos o estaban buscándolos. Tu mamá por supuesto que te esperaba todo lo que vos quisieras. Pero a las dos les daba un no sé qué seguir encontrándose a toda hora, a tus 30, por los mismos pasillos del departamento que habitabas desde que tenías 15 o 16. ¿Había alguien tan insoportable en tu vida? Alguien a quien procurabas no ver muy seguido, y que cada vez que te lo encontrabas, aprovechaba para deslizarte las típicas frases. Lo peor es que, después de decirte eso, te abrazaban, y vos, Marina, no sabías cómo reaccionar. Simplemente simulabas una risa y esperabas con todas tus fuerzas que el gesto fuera verosímil. No sabías por qué tenías que agradarle. ¿Acaso no conocen en carne propia el sufrimiento como para infligirlo en la ajena?, te preguntabas en silencio.

Una noche, te juntaste con tu grupo de amigas. Te dijeron Ya basta, Marina, ya sufriste demasiado. Te sentiste sobrecogida y vaticinaste una mala noticia, la cual te fue comunicada de inmediato. Habían elegido tus fotos más lindas y crearon por vos una cuenta en una aplicación de citas. Mirá, ves, si deslizás a la izquierda es que no te gusta, te decían. Si deslizás a la derecha, y el otro (o la otra, por qué no) también lo hace, entonces tienen match, y pueden empezar a chatear y a conocerse. ¡Está buenísimo! Dale una chance, no seas boba, te decían, y vos, Marina, escuchabas todo con un zumbido en la cabeza, pensando, Por favor, que alguien me saque de acá.

Al fin hiciste lo que tus amigas te dijeron que hicieras. Tirada en la cama de tu antigua habitación de adolescente (en la pared, marcas de cinta habían adherido un póster de alguna serie con cuyos actores soñaste), a oscuras, con la luz del celular tiñéndote de azul, deslizabas las fotos de los implicados. Muy pocos te interesaban. Nadie, casi. No existía ahí esa antigua emoción romántica del cara a cara, de observar adónde van los ojos del otro, sus contracciones musculares más microscópicas. Te sentiste agobiada y desilusionada, como si fueras una efigie, pero no de vos misma, sino de algo desconocido e inextricable.

En la siguiente reunión con tus amigas, te preguntaron cómo te fue. No se habían olvidado. Vos les contaste, y una de ellas te respondió:

—¿Pero vos sos tonta, Marina? ¿Qué es esto de “no me gusta tanto”? Lo que necesitás vos es coger. Cogerte a cuanto tipo se te cruce. Después, cuando estés casada, no vas a tener esa posibilidad. Miranos a nosotras, todas viejas y feas. Vení, dame eso. ¡Pero mirá lo que es este chongazo! Le das like, así, ¿ves? No es tan difícil. Ya ves, match, qué te digo. Mirá que, si no salís vos con este, salgo yo, eh.

Y vos, Marina, reías por primera vez en la noche, aunque no habías dejado de morderte el labio inferior, al punto de que te sangrara, y en tu palma se escondían unas medialunas también, las marcas de tus uñas clavadas.

Durante la semana iniciaste y prolongaste la charla con el chongazo. ¿Ese sería el amor de tu vida? Justo el tipo de hombre que necesitabas.

Recordaste, Marina, el consejo de sus amigas, y tal vez era verdad que no tuvieras otra chance tan fácil. Arreglaste con el tipo para verse el fin de semana. Lo propusiste vos. Después de cenar, caminaste hasta la casa de él en algunas de las torres de Libertador. ¿Qué era aquello tan grave que podía pasar? Él era un hombre, así como vos una mujer. Pero esto te sonaba tan falso que era triste. Miraste la ropa que llevabas puesta, observaste una mancha en tu blusa y dijiste Qué estoy haciendo, yendo a ver a este tipo. No tiene nada que ver conmigo y realmente es… es peligroso meterse con alguien así. Eso. Entonces pisaste una baldosa floja y tu pie se hundió en un charco. La zapatilla de lona y tu media empapadas, fueron los signos finales que te indicaban no ir al departamento de ese tipo.

Había algo que tu mente ignoraba, sin embargo. O eso creíste después, cuando viste tu reflejo en esa calle tan fría. Tal vez, decidías ignorarlo deliberadamente. Día a día, durante, ¿cuánto? Ese agujero mental era inquietante. Inquietante, pero nada novedoso.

Diste la vuelta e iniciaste el camino a casa, arrastrando los pies, con las pupilas fijas en las líneas de las baldosas tratando de no pisarlas, pensando que sí, que sin duda todo tu dolor en el esternón te acompañaría por el resto de tu vida. Una luz rajó el cielo y se largó a llover torrencialmente y vos fuiste a refugiarte bajo el ala de un edificio y tus lágrimas se confundieron con la lluvia. Entonces no pudiste pensar en lo que te estaba pasando, a pesar de que creíste que lo estabas haciendo. Formulaste internamente una conclusión a medias, sea lo que esto signifique. Rezaste, a tu manera, y sacaste el celular para pedir un coche. Te hubiera gustado ver como de casualidad el mensaje de alguna amiga deseándote suerte, a pesar de que ya era tarde, o de tu cita preguntándote si había pasado algo. Pero todos se olvidaron de vos, Marina. Te sentiste no una imbécil, porque ese es el sentimiento que un ser humano se puede permitir y vos, por lo menos en ese momento, no lo eras: todos viviendo y vos, Marina, ahí, viendo tu vida escurriéndose junto al agua por la alcantarilla. Esta metáfora tal vez te salvó la noche, aunque ya te figurabas el resto de la velada: sola y triste, como todas las noches, en realidad, ¿desde hacía cuánto, Marina?

El coche llegó, el conductor preguntó por tu nombre y corriste bajo la lluvia, para meterte adentro. El auto ronroneó, y los dos anduvieron unas cuadras en silencio (no había nada más que decir), hasta que unas luces iluminaron la mirada del conductor y te diste cuenta de que tenía tu edad y de que, además, te gustaba, o, por lo menos, despertaba fantasías. Había algo muy dulce en la redondez de su nariz, que te traía recuerdos, lo que le daba un carácter idílico a toda la escena. Algo te hacía pensar en él como en un redentor, sea lo que esto signifique.

Lo cierto es que terminaste, terminaron, en el departamento de él. No te sorprendiste, Marina, cuando tus labios dieron un nombre falso. Descubriste que todo el juego y toda la mascarada te divertía como nunca. Bebieron algo en silencio. Hablaron en silencio. Pensaste que no podía ser, que él era demasiado retraído, pero enseguida borraste de un trago tu sentido de lástima. Enseguida una imagen emergió a tu conciencia, con el mal timing de un narrador inexperto. La pata de un bastidor (ese bastidor) asomando tras la cortina y unos potes de pintura con el logotipo de una marca (esa marca). Y lo peor: una cámara digital apoyada sobre el escritorio, con la lente apuntándote. Hasta entonces no sabías de dónde provenían esos recuerdos, pero siempre lo sospechaste. Algunas cosas no cambian, pensaste, creyendo que era posible derramar algún tipo de sensatez sobre la situación, aunque nunca llegando a creerlo del todo. Te acercaste como la mujer que siempre quisiste ser, y el muchacho suspiró (tal vez también como una mujer). No perdieron más el tiempo, te desnudaste, le indicaste a él que se desnudara y terminaron en la cama. Lo disfrutaste, por qué lo negarías. Todo fue muy rápido y, a oscuras, no atendiste ni en su cuerpo ni en su rostro. ¿No querías conjurar reminiscencias? ¿Qué significaba eso? Algo te daba ganas de saber. Sobre todo, saber cómo obrar, cómo preparar tu venganza. Te gustaba la forma en que te miraba, como si te hubiera esperado durante siglos, como si fueras la última mujer en el mundo. Y tal vez aún lo seas.

Antes de despedirse, pensaste que no podías llevar esto más allá. No se lo merece, pensaste. No se merece estar conmigo. ¿Qué significaba esto? ¿Qué significaba todo? Pero te gustó la forma tímidamente astuta en que él se animó a pedirte tu teléfono y a solicitar, casi, la posibilidad de verte otra vez. Te dio ánimos, el justificativo que faltaba para tu venganza.

¿Venganza de qué? Ya empezabas a recordar.

La vez siguiente, se vieron en un parque. Resistir el deseo de intimidad… es decir, hacer que él tuviera que resistir su deseo, eso lo haría enamorarse. Él compró una manzana acaramelada, vos dijiste por dentro, Es un tonto, pero en el fondo te gustó su ingenuidad. Tan indiferente. No charlaron demasiado, pero lo poco que se dijeron fue cósmico. ¿O cómico, quisiste decir? Lo poco que dijeron lo dijo él, en realidad, porque vos te habías inventado una doble vida. La tristeza no es tan aguda aún como para confiar, pensaste, o alguna cosa así.

A tus amigas no les contaste nada. Para qué. Les dijiste que sí, que te habías cogido al chongazo ese de la aplicación de citas. Pero del artista nuevo, nada. Te cosiste la boca con hilo y aguja. ¿Por qué no podías pronunciar su nombre? ¿El nombre de quién? Era como si aquel nombre estuviera en el fondo de una alcantarilla y no quisieras sacarlo de ahí, si bien tus manos ya sujetaban una caña con hilo y un anzuelo. Ni para evocarlo, ni para hacerlo arder y sanar. Decidiste que identificarlos de esa manera era lo mejor: El Artista Nuevo y el Artista Viejo. Le diste un carácter tragicómico a tu historia: pequeñas marionetas. Lo que se dice “simbolizar”, como si esperaras algún día contarle todo esto a alguien. De ese modo los diferenciaste, pero sutilmente. El efecto sería mayor mientras llevaran el mismo nombre. ¿Qué cuál efecto? El de la venganza, Marina, vamos, si lo pensaste todo como dentro de un ritual. En el medio del día o de la tarde, caías en la cuenta de que estabas pensando, pensando demasiado. O eso te decía tu mamá, ¿en qué pensás, Mari? En realidad, no te diste cuenta, sino que empezaste a ver cabezas de toro por donde fueras y cuerpos desnudos y mutilados y esqueletos de pescado, todo eso que él solía pintar. Ahora lo recordás: él, el Artista Viejo. ¿Cuánto había sido de eso? Media vida, Marina, por lo menos. Media vida, ¿sabés lo que es?

Mascando bronca día y noche, soñaste con el engaño, lo reviviste, lo supuraste, hasta que creíste consumarlo. Vos y él eran los dos primeros actores, pero ¿y el tercero? Sólo así se producía un gran sufrimiento en uno y en otro. En una más que en otro. En vos. Porque vos fuiste la que más sufrió, aunque te veas como la mala de la película. Manipulando la luz, uno de tus dedos fue a parar al ícono de la aplicación de citas. La conversación con el chongazo seguía abierta, disponible, produciendo recuerdos desagradables. Estaba la sensación, pero el recuerdo aún no terminaba de asomar.

Y acá se oscurece todo. O se aclara, una de dos. Pensaste que, para que el sable de la venganza penetre profundamente, debías hacer enloquecer de amor al Artista Nuevo. ¿Enloquecer junto a él? Así había sido antes. Sólo que vos estabas en el lugar opuesto. Sabías, por propia experiencia que no era cuestión sólo de usar palabras y promesas, sino de saber maniobrar el cuerpo y los latidos hasta arrancar toda misericordia de dentro de un cuerpo. Luego, finalmente, el engaño. También había sido así el último acto entonces. Una grabación con un otro u otra, tu primera vez, irritación, violencia y un acantilado. Lo supiste unos días después, cuando, de casualidad, te encontraste con la grabación entre las publicaciones de tus amigos y amigas del colegio, y las miradas que empezaban a ser tan distintas. ¿Por qué?, te preguntaste entonces y no supiste responder.

Ahora, ya no te interesa saber por qué.

¿No podés decir su nombre en voz alta? Miralo, Marina. Mirá al Artista Nuevo. Vos lo seguís llamando así para protegerte, pero tiene nombre propio. Miralo con ojos nuevos. ¿Te das cuenta de qué distintos son uno de otro? ¿Recordás el nombre del otro? ¿Del zángano? ¿Del insecto? Más que insecto, era un hombre, hecho y derecho. Sin fallas. ¿Recordás, ahora? Estabas tan enamorada. Y ahora esperás que el muchacho nuevo sufra, se lo merece, por todos los años que el otro te hizo malgastar. Los hombres se lo merecen, el género humano se lo merece. Pero lo que jamás esperabas de él, ya no El Artista Nuevo, y qué era esa ridícula forma de llamarlo, pensás ahora, lo que jamás esperabas era que te mirara con ojos húmedos, abiertos y brillantes y te recibiera en sus brazos de hombre, de hombre imperfecto y te pidiera que confiaras. Sufriste, sufriste mucho, Marina, y hace tanto, tanto tiempo. Media vida te esperé, Marina mía.

Te toma las manos, forma un nido con ellas, las contempla como si fueran propias, y las reproduce enteras sobre el lienzo, con la ilusión de que el tiempo no se les escape nunca, nunca más.

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