La silenciosa en el desierto

…cuídate de mí amor mío
cuídate de la silenciosa en el desierto…
Pizarnik, Árbol de Diana
…ella llama a su vez al que la está llamando.
Ovidio, Metamorfósis, III

Ahora que estás en tu litera, ordenando tus notas, es momento de decírtelo. Ahora que estás buscando la forma perfecta para este relato, pensando con qué frase iniciar. Ahora que ya podemos contar que caminabas del centro al lago sintiéndote un personaje dentro de una obra de ficción. Que no te alegraste de haberme vuelto a encontrar por tercera vez. Que no sabés si esta historia es la historia de un poeta o de un psicópata, que me persigue, a mí, sí, por todos lados, pensándome, creándome. Decirte que no es tanto mi historia o tu historia, sino una historia compartida, un sueño en común. Un sueño cuyo misterio tal vez te hayas quedado con las ganas de dilucidar. Llegar al fondo de la verdad, todo eso, alzar el telón para hallarme ahí, cual odalisca de Henri Matisse. Quizás debamos advertir acerca de esa tendencia tuya y mía a convertir la vida real en una ficción. O viceversa: de vivir la ficción como algo real. Tal vez quieras iniciar con una metáfora: la de que orbitás alrededor de mí, o yo alrededor de vos, y esa órbita se vuelve una corona de espinas que nos aprieta el corazón a ambos. Quizás te preguntes por qué significo tanto para vos, mientras que yo me comporto como una tarada. Quizás quieras aclarar que no es que creés que todas las mujeres son unas taradas, sino únicamente yo. Yo pienso lo mismo de vos. Pero sabemos que nos lo decimos con cariño, porque tenemos derecho a hacerlo, después de todo. Quizás quieras contar que entonces te dije algo como Basta, flaco, date cuenta, ya te dije que no, dejame en paz. Pero mi respuesta tampoco fue esa ni así de contundente. Fue mucho más confusa, tanto para mi pesar como para el tuyo. Tal vez ni siquiera hubo una respuesta, después de todo. Ni una pregunta previa a esa respuesta (aunque esto vamos a ponerlo en duda). Tal vez recuerdes una y otra vez esa patraña de que la vida no es un problema para ser resuelto, sino un misterio para ser vivido. Y seguramente esa frase no sea lo suficientemente poética para vos. No lo es para mí, o eso pensarás, ya que me has visto leyendo y escribiendo por ahí, por las playas desiertas del pueblo. Dirás de mí que era una poeta perdida en el Sur. Nada de poetisa: poeta. O quizás quieras empezar por esa conclusión que tuviste, esa especie de falsa epifanía, mientras bajabas el monte, rendido, las manos en las correas de la mochila y entredecías para vos mismo, Sí, ya sé que estoy fuera de tu liga, todavía no sé cómo me atreví a respirar el mismo aire que vos, a hablar tu mismo idioma. Y no, no creo que estés, como vos decís, fuera de mi liga, ni que seas de los que le va dejando el número a cuanta muchacha se le cruce por el camino. Lo que pasa es que hay una fuerza magnética, y parece como si no controlaras tus extremidades ni tu lengua ni tu pensamiento y te vieras andando hacia mí como un autómata, sin otra resolución que darte la cabeza contra la pared o el tronco de un árbol hasta que. La pared soy yo en esta metáfora, sí, pero ¿sólo eso soy, una metáfora? Tal vez esa habría sido una buena forma de arrancar, pero la narración ya arrancó (al contrario que nuestra historia). Una aliteración horrible me has hecho enunciar: la narración ya arrancó. No es una forma muy amable de presentarme ante quienes lean esto. Digo, como una pared. Ni como alguien que no sabe cuándo está apelmazando muchas consonantes juntas. Las paredes no hablan. Podrá resultar ofensivo (por aquello de Me gustas cuando callas…). Aunque te confieso que yo también creo que me cabe el mote. Es como hablarle a la pared… ¿De qué la voy, entonces?, me pregunto, o lográs, no sé de qué forma, que me lo pregunte a mí misma. Y, vos, flaco, flaquito, ¿de qué la vas? Tan difícil me la vas a hacer, eso me digo a mí porque, en realidad, podría haber hecho algo yo también. Me habrás soñado, una vez más, entonces, al pie de la litera. Si no fuera un sueño diría que me estás espiando, mientras me saco el buzo canguro y, en el mismo movimiento, alzo mi remera, descubriendo como accidentalmente una zona de mi torso, las costillas, a orillas del seno. Verás un tatuaje que no aporta nada a la historia. Luego, yo me acostaré en la litera de arriba, los listones bajo el colchón van a crujir, y me quedaré leyendo, o haciéndome la que leo. Vos oirás cómo paso las hojas de mi libro y yo oiré cómo vos rayás con la punta de tu birome el papel de tu cuaderno. No, no te diré nada en el sueño, me callaré la boca, vos me dejarás una nota con un poema, sobre el escritorio de madera del claustro compartido, como una ofrenda ante un altar, vas a añadir un alfajor de membrillo, quizás, el que compraste para tu madre, y al día siguiente me corporizaré de nuevo en el ómnibus rumbo al lago. Puedo ser otra o la misma, eso nadie lo puede saber. De nuevo, me callo la boca, aunque hablo sin hablar, y te miro sin mirarte. Y vos me mirás mirándome, es decir, sin disimulo. Mis ojos son, tal vez, unos destellos verdes como los de la luz que da contra la fronda de unos pinos, inciertos e inextrictables. Me idealizás, sí, y te preguntás si bajaremos en la misma parada. Para tu sorpresa y la mía, lo hacemos, y vos podés seguir pensándome, confundiéndome con el paisaje. ¿Cómo nombrar algo que no ha comenzado ni acabado?, algo así escribo luego en mi cuaderno, mirando al lago. Vos me ves hacerlo y me imitás. Sacás tu cuaderno también y te ponés a escribir. Algo bastante paródico: Ya está. Ya demostraste tu costado sensible. ¿Y bien? ¿Algún resultado? Tu obra consagrada a ella, tu enamorada en el desierto. Más bien te vendría arrojar piedras al lago con violencia, como aquellos salvajes, como el mono que ocultás detrás del antifaz. Sacarte esa bronca y esa locura harto tiempo acumuladas. Intentás entender por qué no te seguí la charla. Porque te arrimaste y me pediste un mate. No quedó todo en el aire, como otras tantas veces, es decir, como tantas veces que no te animaste y te dejaste seducir por los fantasmas que merodean tu mente. Yo me pregunto lo mismo: por qué no te seguí la charla. O según vos es que me lo pregunto. Pero vos no insististe tanto tampoco, flaco, flaquito, preguntaste alguna que otra cosa y enseguida te comiste el cuento de que yo prefería estar sola. Quizás tenías razón. Entonces recordé lo que me dijiste en uno de los sueños, algo bastante ridículo como ¿Qué te puede importar a vos que mis rodillas flaqueen y todo el dramatismo irreal que siento? Me sorbés la sangre y escupís cada uno de mis huesitos, limpios de carne. Y en tu intento de aprehenderme te alejás más y más. Era sólo acercar el brazo y tocarme el hombro, no era tan difícil, flaco, flaquito. Digo, esa segunda vez que nos encontramos. Porque nos encontramos de nuevo, ante tu sorpresa y la mía. Vos no podías creer semejante coincidencia. Yo, menos. No estabas seguro de si yo era yo o si yo era otra. Era muy parecida, por lo menos, y querías preguntarme ¿Sos vos?, como si sostuvieras una lumbre y me la tendieras por detrás de la espalda. Pero no dijiste nada. Sentía tu mirada, con ella dibujabas mi contorno (una fina capa de vellos en mis mejillas viste, iluminada por la luz blanca del atardecer), pero nada más. Yo no acudí a ese llamado silencioso. ¿Tendría que haberlo hecho? Luego, todo lo que sigue es mentira, o eso querrás decir vos. Se nos mezcla la ficción con la realidad. Aparezco, desaparezco, colmando y vaciando tu vida como una copa, ablandándote, endureciéndote, llevándote de las narices con un anzuelo o un gancho de res, dejándote huérfano. Lo mismo siento yo, no te creas. Me devano los sesos, narrando nuestros fortuitos encuentros, imaginando finales convincentes, satisfactorios, que quizás compensen las privaciones de esta realidad nuestra. Algunos lo suficientemente trágicos como para poner fin a este orden llamado caos. Creemos que la ficción nos va a ofrecer lo que la realidad no. Luego lo sabemos. Barajamos distintas posibilidades para el final. Algunas lo suficientemente inverosímiles como para ser veraces. Querrás escribir que nos encontramos una vez más en el ómnibus y que esta vez nuestros planes coinciden, que yo no me muestro tan distante y sabés exactamente qué hacer, qué palabras decir. Sorprenderme tendida en un catre, en pijama, y robar mis labios, como si despegaras un pétalo del jardín. O encontrarme leyendo en otro parque y preguntarme qué estoy leyendo. ¿Podés abandonar la parquedad por un momento y bromear, tan sólo bromear? Arrojarnos al lago por la noche (y concluir con un endecasílabo: Y que así nos reciba el Hacedor). Pero nada de esto será tan inverosímil como que yo te siga el rastro a la manera de un perro de caza. Sé que te alojás en un hotel de habitaciones compartidas, cerca de la casa que se quemó. Vos no me ves a mí, ni me volverás a ver despierta, porque me registro en la residencia y enseguida entro a bañarme. Sé el número de tu habitación y todo. ¿Podés creer lo irreal que es todo esto? Las paredes de este cuarto podrían caerse en cualquier instante junto a la incertidumbre del público. Luego, aplausos. Dejo mis botas de trekking y mis medias negras de algodón junto a la mesita de luz, y mi gorra negra colgando del poste de la litera de arriba. Eso es lo que verías, ni bien llegaras. Porque era lo primero que notaste en mí. Como si fuera ¿qué cosa? ¿Un personaje creado a partir de un único recuerdo? Te preguntás si soy yo. Sí, lo soy. Estás obligado a hacerlo, porque no creés en los milagros y esto sin duda parece uno. Luego no te quedarán dudas. Bajás a la planta baja, a prepararte la cena, querrás estirar el tiempo lo máximo posible. En la cocina están los mellizos belgas que conociste anteayer. Sentís que te miran raro. Es su última noche acá. La tuya y la mía también. Yo, mientras, espero volver a oír tus pasos en la escalera. Has estado cavilando, eso lo percibo inmediatamente, si bien ya estoy durmiendo, triste, avergonzada. Abrís la puerta, y dejás entrar un último hilo de luz. Te acostás y te ponés a leer en la oscuridad todo lo que escribiste los días pasados. Buscás algo y enseguida lo encontrás, pero no entre tus páginas. Acá, más acá. Yo ya no oigo tus pensamientos. Por lo que no sé si te estás preguntando si soy la misma o si soy otra. Encontrás eso que estabas buscando, eso que se siente como un garrote y está tibio, y te quedás mirándolo, dándole vueltas como sin verlo, hasta que algo te llama la atención. Esa calcomanía de I love BRC, con el Boyero de Berna, que pegué sin saber lo que significaría para vos. ¿Ese es el animal que debieras pintar, acaso, en reemplazo de los bisontes? ¿Por qué respirás así, tan fuerte, flaco, flaquito? Ya no te hacés preguntas acerca de qué tan real soy, ni te preocupa que yo sea o no uno de tus personajes… ¿No te importa? ¿O es que compartís la sospecha de que vos también lo seas? Antes de dejar caer la base del termo sobre mi frente ensombrecida, quizás quieras hacerme decir o pensar o escribir algo como Sabé que adonde vaya, vos venís conmigo, pero no sé qué tan cierto es, ni qué va a ser de nosotros, así que mejor no digo nada más.

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