Darse cuenta con los ojos bien abiertos

Cerrándose el deshabillé lo dijo.
Castillo, La madre de Ernesto
Lo van a rodear de muros por los que nunca podrá entrar el sol.
Heker, Ahora

Dicen que me pasó algo terrible. Que una de las cosas que puedo hacer es dejar por escrito eso que pasó. Que lo haga como pueda. A quienes les compartí mis notas, en particular Julián, dicen que tengo una forma de escribir medio rebuscada, que uso demasiados adverbios. Pero a mí no me disgusta lo que hice hasta ahora. Además, lo que pasó fue tan extraño y confuso, que hasta a mí me cuesta entenderlo todavía.

Había pensado en empezar con la imagen de una serpiente por dentro y ese perfume que se queda en la piel. Por alguna razón, va bastante con lo que pasó, aunque no la entienda del todo. Espero que quienes lo lean no se hagan muchas expectativas, igual, porque es algo triste.

Tardé en ponerme a escribir. Dicen que es porque no conocía a fondo los hechos. Me cuesta mucho ordenarlos en el tiempo. Como si fuera poco, me siento muy cansado y no quisiera provocarles a ustedes esa tristeza que siento. Creo que no me va a salir, igual. Hay como un impulso eléctrico medio extraño dentro de mi cuerpo.

Acá, cuando lo contaba al principio, de la manera en que me salía, algunos se reían a carcajadas más parecidas a graznidos por los pasillos. Otros parecía que me miraban con misericordia.

No sé si ya mencioné a Julián, aquel hermano de otra familia. Supuestamente, nos llevábamos bastantes años. Yo lo duplicaba en edad: él tenía catorce, y yo veintiocho. Su irrupción coincidió con la muerte de mamá. Mi papá y su papá nos habían tenido con la misma mujer. Entre ellos, a su vez, eran mejores amigos. Julián conoce más sobre la historia de ellos que yo, y cuenta que se conocieron en el Club. Pero no lo sé. Dicen que no debo creer todo lo que dice Julián. Mamá ya no estaba ahí, así que fueron nuestros papás los que iniciaron y promovieron nuestra hermandad.

Julián tenía una forma muy despectiva de referirse a las mujeres. No es que me preocupara, porque los adolescentes a veces hablan de esa forma. Pero era algo incómodo. Pido disculpas, porque, por ejemplo, me decía algo como:

—No te das cuenta vos. Las enfermeras son re putas.

—Pero no es enfermera, es dermatóloga. Y no hables así, por favor, Julián.

Juro que intenté guiarlo, hacerlo entrar en razón. Pero él seguía diciendo:

—No importa, yo hablo como quiero. Usan la misma ropa de putas, lo que las hace igual de putas. Seguro que abajo no se pone nada la muy puta.

Él hablaba de su madrastra, Victoria, que es dermatóloga. La dermatología estudia la piel y sus enfermedades. Aunque ustedes ya lo deben saber.

Julián no dejaba de decir de su propia madrastra que estaba re buena, que no lo podía a negar, todo esto sólo me lo decía a mí. Casi que no hablaba con nadie más. Porque Julián estaba en plena adolescencia y se pasaba todo el día encerrado en la pieza. Yo lo entiendo, porque era igual. Papá me pedía que cada tanto me diera una vuelta por su casa, que estaba pegada a la nuestra, para ver cómo andaba con los estudios. El padre de Julián estaba algo preocupado por él y tenía miedo de que repitiera de año.

No recuerdo bien cuándo, pero solíamos tener conversaciones de este estilo:

—El otro día la vi cambiándose —decía Julián—. Dejó abierta la puerta del cuarto para que la viera la muy puta.

—¿Y? ¿Qué querés que le haga?

—Nada, yo sólo digo.

—Pero es la mujer de papá…

—¿Y? Si yo fuera más grande, como vos…

—¿Qué?

—Nada, dejá, dejá.

Me costaba mucho encaminarlo. Sentía que la cosa se estaba yendo para cualquier lado. Quizás, si me hubiera dominado yo, antes…

Durante el día y la tarde yo trabajaba en la tintorería. Hacía más que nada entregas por la zona. Me costaba hallar otro trabajo, quizás tendría que no depender tanto de papá. Pero la situación no era fácil. Además, ya conocía cómo funcionaba todo y pensaba que podría reemplazar a mi papá cuando él ya no esté. Eso mismo me lo decía Julián, también. A Victoria, la dermatóloga y madrastra de Julián, ya la conocíamos, porque traía sus tapados para hacer lavado, secado y planchado. Incluso antes de que se juntara con el papá de Julián. Y era muy amable conmigo y con mi papá. Se llevaba mucho mejor que con el papá de Julián. Me da un poco de bronca que todo haya terminado como terminó. No lo voy a negar. Porque Julián tampoco es que sea malo, igual. Es algo… ¿cómo podría decirlo? No sé, quizás tendría que pensarlo un poco más.

Una vez, yo volvía de la tintorería y me di una vuelta para visitar a Julián. El año estaba más cerca de terminar, me parece, porque mi papá y su papá estaban más preocupados por sus estudios. Me dijo:

—Mirá, encontré esto.

—¿De dónde la sacaste?

—Ahá… un mago nunca revela sus trucos. Tomá, tiene olor todavía —dijo y me la arrojó.

—¡Pará, flaco! ¿Qué te pensás? Volvé a ponerla en su lugar, ya mismo.

—Podés quedártela, si querés.

—No te veo bien, hermanito… —le dije, preocupado.

Cada vez que mencionaba a papá el tema de Julián, me daba cuenta de cómo me miraba ella, Victoria, la tipa (ven que ya se me pegó la forma de hablar de ese endemoniado). No es que lo iba a mandar al frente, igual, porque con Julián somos prácticamente hermanos. Un ejemplo de esto es que cada vez que yo entraba a su casa, por la puerta que las comunicaba, no era necesario ni avisar. Quizás, con sólo preguntar Hola hay alguien alcanzaba. Y a veces Julián o el papá ni siquiera estaban y yo me quedaba tomando una coca en la sala. Porque en casa no había Coca y el papá de Julián compraba y siempre tenían en la heladera. Eso nunca se lo conté a mi papá ni a Julián, ni a nadie. Además, el papá de Julián no anda mucho por la casa. Porque él viaja bastante por negocios y le va mucho mejor que al mío. Tiene dos autos, por ejemplo (nada mal, ¿no?). Pero, volviendo: la mujer de papá tenía una forma de mirarme como con miedo, pero también como si…

Disculpen, me fui. Ahora pienso que esa forma de mirar es la que suelen tener las médicas, en general. Y las maestras de jardín. No sé bien qué es, me costaría describirlo, quizás se puede resumir con la frase: mucho color en los ojos. Eso. Igual sé que los ojos son de un solo color por lo general. Pero la sensación era esa. Como que te miran o vos las mirás y en tu cabeza aparecen como muchos colores, no tiene mucho que ver con el color real de los ojos de la mujer. Aunque a veces sí. Porque, si son verdes, es como que todo se desprende de ahí. Como si vieras el color verde primero, y después te vas moviendo por el resto de los colores, como un arcoíris, por caso. Espectro, esa es la palabra.

Ahora me cuesta ver ese arcoíris o ese espectro, ni siquiera uno sólo de los colores.

Ese día Julián me transmitió algo por mensaje, pero bien podría haber sido por radio. Digo esto medio como en broma porque Julián a los catorce ya tenía celular, computadora y todo y yo a su edad sólo tenía una radio. Ahora incluso se me viene el recuerdo de estar escuchando algún programa con mamá en la cocina. En fin, lo que me decía Julián era que en ese momento la estaba mirando a la tipa por la persiana que conectaba su habitación con la de su viejo y que ella se estaba cambiando para ir a trabajar y me dijo Venite pero ya. Yo dije, Uf, este pibe, otra vez, y dejé lo que estaba haciendo y fui. Cómo le gustan las minas a este Julián, pensé, va a terminar siendo un problema y es lo mismo que pienso ahora. Pero cuando llegué me trató re mal, estaba muy enojado, me dijo que porqué había tardado tanto, que la tipa ya se había ido, que al final nunca hacemos nada juntos. Ahora dejame tranquilo, me dijo, y me cerró la puerta de su habitación en la cara. Y yo me quedé mal. Pero más que nada por él. Además, le había prometido a mi papá y al suyo que lo iba a rectificar.

Tanto problema por una tipa, me acuerdo que pensé, o algo así. Después de esto saltó todo el quilombo, papá andaba medio mal, porque algunos clientes se estaban quejando porque les faltaba ropa. Creo que no me quiso decir nada, por lo de mamá y todo, pero igual yo no había tenido nada que ver. Sabía que se trataba de Julián, que no me había contado todo lo que había hecho. Los adolescentes pueden ser tremendos. Pero tampoco lo iba a mandar al frente y le dije a papá que no sabía nada.

A partir de ahí, la tipa me empezó a mirar de otra forma, con ojos raros, como piedras. Y con más miedo, porque la mirada de los colores ya no estaba o yo no la sentía, por lo menos. Y Julián otra vez arremetía con sus palabras. Yo aún no veía lo grave de la situación:

—No se puede ser tan puta —me decía.

—¿Y qué decís que habría que hacer?

—No sé… castigarla, de alguna forma.

—Sos increíble, hermanito, eh…

—No te hagás, que a vos también te gusta —decía con su voz de diablo.

No estoy bien con cómo terminó todo, pero quizás era la única forma de hacer que todo terminara. Ahora me dicen algo como que debo buscar más recuerdos con mamá, porque tengo todo como bloqueado. Yo pienso que por suerte no se conocieron con Julián, porque Julián al final resultó ser mala gente. Y siento que es mejor que mamá no haya estado para conocerlo. Julián me metía cosas en la cabeza, por ejemplo, la idea de entrar a la habitación de Victoria. Él no podía hacerlo, me había dicho, porque era su madrastra, eran demasiado cercanos, pero yo no tenía nada que ver con ella y podía hacerlo. Y él me empujó, casi, tenía una fuerza tremenda para su edad… Desde ahí fue todo muy extraño y confuso porque, cuando entré a la habitación, vi que no estaba en la casa del papá de Julián, sino en mi propia casa, en la habitación de papá. Y ella, Victoria, me miró con miedo, no con ganas, como me había hecho creer Julián, y me preguntó que qué hacía ahí, que si tenía algún problema en la piel ella me podía recetar alguna crema, pero por favor, corazón, subite los pantalones, o algo así me dijo. Y ahora entiendo menos que menos. Porque, acá, adonde me trajeron, los doctores y, sobre todo, los que son como yo, no paran de darme a entender que Julián no existe allá afuera. Y eso me da mucha rabia y mucha tristeza más que nada porque yo pensaba que era mi amigo.

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